No sé qué pensar, No sé qué decir,
no sé qué quiere el mundo de mí.
Enciendo la tele buscando distracción
y encuentro un mundo que no parece ficción.
No sé cómo es la mujer que debo amar
y encuentro una modelo de sensual mirar.
No sé cómo es el enemigo a odiar
y veo un rebelde que no para de gritar.
Es así que la amo, es así que le odio,
y así es como imágenes se suben al podio
de afectos defectos, vicios y virtudes,
es así como la tele dicta mis actitudes.
No recuerdo ese día trágico en el que nací,
ni recuerdo el día cuando a la tele conocí,
pero imagino en mi mente conectada una antena
que recibe (no transmite) las opiniones ajenas.
Apagué la tele y me di una vacación
sin veinticuatro horas seguidas de programación
me eché en la cama a unas horas descansar
y entonces descubrí que aún podía soñar.
Vi el mundo otra vez, sin pantallas ni focos,
vi que era muy diferente, a la vez cuerdo y loco,
vi colores verdaderos más vistosos por montones
y lo que no me gustó no se cambiaba con botones.
Descubrí que la modelo es un ser de plástico
nacido de un molde, útero automático;
y que ese ser rebelde que no para de gritar
es como debí ser yo mismo: quien debí de admirar.
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