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Poesía robada 4

Kubla Khan

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En Xánadu ordenó hacer Kubla Khan
Un recinto para su placer,
En donde corría ALFEO, el río sagrado,
Por cavernas que no mide lo humano,
Hasta llegar a un mar sin sol.
Así, dos veces cinco millas de fértil tierra
Una faja de murallas y torres encierra,
Y he aquí jardines que relucen de riachuelos
Donde florecen árboles cargados con incienso;
Y he aquí bosques, antiguos como los montes,
Que encierran verdes zonas tocadas por el sol.









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¡Y, oh, aquel profundo, sublime abismo que caía
Hasta un grupo de cedros desde la verde colina!
¡Era un lugar salvaje! ¡No había uno tan sagrado ni encantado
por el que se paseara, bajo la luna menguante,
una mujer que llamara a un demonio amado!
Desde este abismo, en caos sin fin bullendo
Como si la tierra estuviera en rápidos espasmos resollando,
Surgió por un momento un poderoso chorro de agua
En cuya fluida, casi intermitente descarga
Volaron grandes lascas que saltaban cual granizo
O grano en el mayal del trillador;
Y en medio de estas rocas saltarinas, al mismo tiempo,
Surgió el río sagrado en un momento.
Por cinco millas en meandros como laberintos
Sagrado fluyó por el bosque y por el valle el río,
Alcanzó las inmensas cavernas,
Y con estrépito se volcó en un mar sin vida:
¡Y en medio del estrépito Kubla oyó en la lejanía
Voces ancestrales que profetizaban guerra!
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La sombra del palacio del placer
Flotaba en medio de las olas
En las que se escuchaba el combinado ritmo
Del chorro de agua y de las cavernas.
Era un milagro de rara hechura:
¡Un soleado palacio de placeres con cavernas de hielo!
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Una doncella con un dulcémele
Vi una vez en una visión:
Una muchacha abisinia
Tocando en su dulcémele,
Y cantaba acerca del Monte Ábora.
Si pudiera revivir en mí
Su armonía y su canción
Habría de transportarme a gozo tal
Que con dilatada y sonora música
Construiría aquel palacio en el aire,
¡aquella cúpula al sol!, ¡aquellas cavernas de hielo!
Y los que escucharan las verían
Y exclamarían: ¡Cuidado! ¡Cuidado!
El destello en sus ojos, su cabello al viento,
Haced tres veces un círculo en torno suyo
Y cerrad los ojos con divino temor:
Pues ha tomado ambrosía
Y bebido la leche del paraíso.

Samuel Taylor Coleridge

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